Las 'ratlines' eran recorridos establecidos y bien organizados, creados con dinero y pisos clandestinos, para que los oficiales de Hitler y otros fascistas perseguidos por los aliados pudieran huir tras la Segunda Guerra Mundial y vivir una vida tranquila
El de Leon Degrelle fue uno de los primeros casos mencionados en la prensa. Lo contó ABC el 9 de mayo de 1945, un día después de que Alemania firmara su rendición y se pusiera punto y final a la Segunda Guerra Mundial. Varios vecinos de San Sebastián que caminaban tranquilamente por la playa de La Concha escucharon un gran estruendo. Al levantar la cabeza vieron un avión haciendo maniobras arriesgadas antes de precipitarse hacia la orilla. En la cola llevaba pintada una esvástica, tal y como puede observarse en la imagen tomada por el fotógrafo donostiarra Vicente Martín.
«En un primer momento se extendió por la ciudad el rumor de que en el avión viajaba nada menos que Hitler. Según los informadores de la calle, no había muerto, y a pesar de mostrarse desfigurado, había sido identificado por las autoridades», se leía en el diario. Tras desmentir el error, desvelaba el nombre real del pasajero, que había llegado a España junto a otros cinco militares alemanes de menor rango en aquel Heinkel-111 de la Luftwaffe.
Degrelle no era precisamente un desconocido, sino un coronel condecorado personalmente por Hitler con la Cruz de Hierro. El 'Führer' llegó a comentarle: «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted». El líder estaba orgulloso de la obra de este oficial que había fundado el rexismo en Bélgica, una rama del fascismo que alcanzó gran notoriedad en Europa entre 1939 y 1945. Sin embargo, cuando Alemania lo tenía ya todo perdido, el ministro de Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop, le convenció para que huyese y evitar ser capturado por los aliados. Eligió España como destino, pues estaba convencido de que la dictadura de Franco le daría cobijo… como así ocurrió.
«Volábamos sin luces huyendo del fuego antiaéreo francés [...]. Aterrizar en Francia significaba la guerra, así que el piloto, para demostrar su pericia, puso el avión vertical, aprovechó las últimas gotas y llegamos hasta San Sebastián», reconocía el propio Degrelle en sus memorias. El belga fue uno de los muchos militares nazis que llegaron a la España de Franco en busca de refugio. En 'El exilio de Hitler' (Absalón, 2016), Abel Basti defendía que, incluso, el 'Führer' no se suicidó, sino que huyó a nuestro país antes de marcharse con Eva Braun a Argentina.
104 criminales nazis
Más allá de la teoría conspiranoica, sabemos que, tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados solicitaron a Franco la entrega de 104 criminales nazis refugiados en España, pero no entregó a ninguno. Según la versión de Degrelle: «Mis heridas, en realidad, me salvaron, porque Franco quiso devolverme a Alemania. Vi las cosas tan mal que un día le escribí una carta en la que le decía: 'Qué poco vale para usted la sangre de un cristiano'». Finalmente le convenció, porque la estancia del belga se prolongó hasta 1994 entre Madrid y Málaga, al igual que ocurrió con muchos de sus camaradas, ya fuera para quedarse o como escala hacia otro país.
Ninguno de ellos lo habría logrado sin la asistencia proporcionada por las conocidas como «rutas de escape» o, según su nombre en inglés, 'ratlines' ('líneas de ratas'). Se trataba de recorridos perfectamente establecidos para que los nazis y otros fascistas perseguidos por los aliados pudieran abandonar Europa a finales de la Segunda Guerra Mundial, sin ser juzgados por sus acciones en tribunales como el de Nuremberg.
Estas vías de escape –en las que Philippe Sands centró su novela 'The Ratline' (W&N, 2021) y que cuenta ahora el historiador Pablo del Hierro en 'Madrid, metrópolis (neo)fascista' (Crítica, 2023)– terminaban en lugares considerados como «seguros», como Sudáfrica o el Norte de África, concretamente Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Egipto y, en menor medida, Uruguay, Líbano y Bolivia. «Llegar a esos territorios desde la Europa controlada por los Aliados no era un proceso sencillo; requería la colaboración de muchas personas y de la existencia de unas estructuras logísticas nada desdeñables. Sitios donde ocultarse, dinero para pagar la estancia, la comida o los pasajes, y contactos para obtener la documentación pertinente. Todo ello necesitaba de un nivel organizativo considerable», explica Del Hierro en su libro.
Protección, papeles y dinero
Para el historiador, Madrid aparecía como una opción «muy interesante en la formación y desarrollo de estas rutas». Pone el ejemplo de Charles Lescat, un filofascistas francés sobre el que las autoridades de París habían cursado una orden de extradición por colaborar con la Alemania nazi, pero que pasó dos años escondido en la capital de España hasta poder viajar a Argentina en 1946. Este caso y otros casos acaecidos en esa misma época demuestran la importancia que tuvo la red de militantes de extrema derecha que se había establecido en la ciudad desde 1939.
«En un primer momento se extendió por la ciudad el rumor de que en el avión viajaba nada menos que Hitler. Según los informadores de la calle, no había muerto, y a pesar de mostrarse desfigurado, había sido identificado por las autoridades», se leía en el diario. Tras desmentir el error, desvelaba el nombre real del pasajero, que había llegado a España junto a otros cinco militares alemanes de menor rango en aquel Heinkel-111 de la Luftwaffe.
Degrelle no era precisamente un desconocido, sino un coronel condecorado personalmente por Hitler con la Cruz de Hierro. El 'Führer' llegó a comentarle: «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted». El líder estaba orgulloso de la obra de este oficial que había fundado el rexismo en Bélgica, una rama del fascismo que alcanzó gran notoriedad en Europa entre 1939 y 1945. Sin embargo, cuando Alemania lo tenía ya todo perdido, el ministro de Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop, le convenció para que huyese y evitar ser capturado por los aliados. Eligió España como destino, pues estaba convencido de que la dictadura de Franco le daría cobijo… como así ocurrió.
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«Volábamos sin luces huyendo del fuego antiaéreo francés [...]. Aterrizar en Francia significaba la guerra, así que el piloto, para demostrar su pericia, puso el avión vertical, aprovechó las últimas gotas y llegamos hasta San Sebastián», reconocía el propio Degrelle en sus memorias. El belga fue uno de los muchos militares nazis que llegaron a la España de Franco en busca de refugio. En 'El exilio de Hitler' (Absalón, 2016), Abel Basti defendía que, incluso, el 'Führer' no se suicidó, sino que huyó a nuestro país antes de marcharse con Eva Braun a Argentina.
104 criminales nazis
Más allá de la teoría conspiranoica, sabemos que, tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados solicitaron a Franco la entrega de 104 criminales nazis refugiados en España, pero no entregó a ninguno. Según la versión de Degrelle: «Mis heridas, en realidad, me salvaron, porque Franco quiso devolverme a Alemania. Vi las cosas tan mal que un día le escribí una carta en la que le decía: 'Qué poco vale para usted la sangre de un cristiano'». Finalmente le convenció, porque la estancia del belga se prolongó hasta 1994 entre Madrid y Málaga, al igual que ocurrió con muchos de sus camaradas, ya fuera para quedarse o como escala hacia otro país.
'Madrid, metrópolis (neo)fascista'
Imagen - 'Madrid, metrópolis (neo)fascista'
Autor: Pablo del Hierro Editorial: Crítica Páginas: 400 Precio: 21,90 euros
Ninguno de ellos lo habría logrado sin la asistencia proporcionada por las conocidas como «rutas de escape» o, según su nombre en inglés, 'ratlines' ('líneas de ratas'). Se trataba de recorridos perfectamente establecidos para que los nazis y otros fascistas perseguidos por los aliados pudieran abandonar Europa a finales de la Segunda Guerra Mundial, sin ser juzgados por sus acciones en tribunales como el de Nuremberg.
Estas vías de escape –en las que Philippe Sands centró su novela 'The Ratline' (W&N, 2021) y que cuenta ahora el historiador Pablo del Hierro en 'Madrid, metrópolis (neo)fascista' (Crítica, 2023)– terminaban en lugares considerados como «seguros», como Sudáfrica o el Norte de África, concretamente Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Egipto y, en menor medida, Uruguay, Líbano y Bolivia. «Llegar a esos territorios desde la Europa controlada por los Aliados no era un proceso sencillo; requería la colaboración de muchas personas y de la existencia de unas estructuras logísticas nada desdeñables. Sitios donde ocultarse, dinero para pagar la estancia, la comida o los pasajes, y contactos para obtener la documentación pertinente. Todo ello necesitaba de un nivel organizativo considerable», explica Del Hierro en su libro.
Protección, papeles y dinero
Para el historiador, Madrid aparecía como una opción «muy interesante en la formación y desarrollo de estas rutas». Pone el ejemplo de Charles Lescat, un filofascistas francés sobre el que las autoridades de París habían cursado una orden de extradición por colaborar con la Alemania nazi, pero que pasó dos años escondido en la capital de España hasta poder viajar a Argentina en 1946. Este caso y otros casos acaecidos en esa misma época demuestran la importancia que tuvo la red de militantes de extrema derecha que se había establecido en la ciudad desde 1939.
«Las autoridades franquistas podían proporcionar no solo la protección necesaria, sino acceso a papeles y dinero», añade este doctor en Historia sobre aquel Madrid que jugó un rol crucial en muchas de las vías, ya fueran utilizadas como escala hacia África o Sudamérica o directamente para quedarse en España. Esto último es lo que ocurrió con figuras importantes como, por ejemplo, Friedhelm Burbach, cónsul nazi en el País Vasco, que se ocultó en un pueblo de Burgos y vivió de incógnito hasta los 66 años; Johannes Bernhardt, general de honor en las SS al que se concedió la nacionalidad española y dirigió una gran empresa llamada Sofindus antes de regresar a Munich en los años 70; Gerhard Bremer, soldado de las Waffen SS que participó en la invasión de Polonia, en 1939, y emigró a Denia (Alicante) en la década de los 50, convirtiéndose en un próspero hostelero en los años dorados de Benidorm; Paul Maria Hafner, voluntario en las Waffen SS y guardia en los campos de concentración de Buchenwald y Dachau que se mudo a Madrid y falleció en 2010; Hauke Bert Pattist Joustra, que persiguió a los judíos de Holanda con las Waffen SS antes de huir a España en 1956, donde vivió oculto en Ribadesella y murió en Langreo en 2001, y Otto Skorzeny, espía de Hitler que llegó a salvar la vida a Benito Mussolini y vivió en nuestro país, bajo la protección del régimen, hasta su muerte en 1975.
Uno de los refugiados más controvertidos fue Ante Pavelic, considerado todavía hoy como el líder del movimiento fascista más cruel de la historia. Es su currículo: más de un millón de asesinatos en Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. Su ministro de Educación y Cultura, Mile Budak, definió el carácter macabro de este régimen con la siguiente frase pronunciada en 1941: «Para minorías como los serbios, judíos y gitanos tenemos tres millones de balas». El mismo Hitler le puso al frente del país cuando lo invadió. Lo primero que hizo Pavelic fue autoerigirse como el 'Poglavnik', algo así como la versión autóctona del 'Duce' o el 'Führer'.
La brutalidad de Pavelic
En ese momento, se propuso eliminar a una tercera parte de los dos millones de judíos que vivían en Croacia y convertir al resto al catolicismo. Su brutalidad en esta tarea quedó de manifiesto en otra frase de aquellos años que se le atribuye: «Un ustacha (nazi croata) que no puede sacar a un niño del vientre de una madre con una daga no es un buen ustacha». A continuación aumentó las ejecuciones y endureció los métodos. Los relatos que llegan de los supervivientes hablan de niños quemados vivos en presencia de sus padres, otros ahogados en el río Sava, niñas de 12 o 13 años violadas en presencia de sus madres y bebés en pañales acribillados o asesinados a hachazos, según apunta el investigador Dragoje Lukic.
Hasta los mandos nazis enviados a Croacia expresaron su horror ante tanta crueldad. Consideraban los métodos «excesivos y poco eficaces», como así se lo hicieron saber a Hitler. El historiador austriaco y general de la Wehrmacht Edmund Glaise von Horstenau describió en su diario, en 1942, el siguiente episodio: «Los ustachas degollaban cientos de personas en los dos lados del río Sava. Cuando degollaban en nuestra parte, era difícil soportar los gritos de hombres, mujeres y niños. Les abrían el abdomen antes de tirarlos al río».
Cuando cayó el Tercer Reich, Pavelic huyó a la Argentina de Juan Domingo Perón, hasta donde le persiguieron los servicios secretos de Yugoslavia. Después de uno de los atentados que intentaron acabar con su vida, escapó a España. Llegó a Madrid en secreto en 1957. En abril, ABC informaba de que había desaparecido, pero en realidad vivió en el más absoluto ostracismo hasta su muerte, en un hospital, dos años después. Fue enterrado en el cementerio de San Isidro, donde aún hoy permanece su panteón, que en 2009 apareció pintado de rojo, con el símbolo comunista de la hoz y el martillo.
Mussolini
Para entender las rutas de escape que utilizaron muchos de estos líderes nazis hay que retroceder hasta 1943, cuando Mussolini fue arrestado y destituido y los aliados advirtieron a los países neutrales, incluído España, que no concedieran asilo a «líderes enemigos o criminales de guerra». «Un día, Hitler y su pandilla intentarán escapar de sus países –declaró también el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt–. El Gobierno de Estados Unidos espera que ningún gobierno permita que su territorio sea utilizado como lugar de refugio o ayude de otra manera a tales personas en cualquier esfuerzo por escapar de lo que les corresponde».
A pesar de ello, el cónsul francés del régimen de Vichy en Barcelona, Pierre Héricourt, alentado por sus superiores, y en el más absoluto secreto, se erigió como el organizador de una de las primeras rutas de escape en España. Él mismo constituyó los primeros mecanismos efectivos: una estructura semiformal a caballo entre Madrid y la Ciudad Condal llamada Secour National Française, destinada a asistir a los refugiados galos perseguidos por colaboracionistas con el apoyo exterior de miembros de la Falange y de la misma Cruz Roja española.
Según los informes de las autoridades franquistas, esta organización ayudó a escapar a unos doscientos pronazis entre el verano de 1943 y principios de 1945, de los cuales 110 acabaron en Madrid. «Es importante entender –cuenta Del Hierro– que la relación es bidireccional. En otras palabras, las estructuras creadas a continuación por los fascistas huidos tuvieron un impacto en la propia ciudad de Madrid, mientras que la capital española influenció igualmente, de manera considerable, la evolución de las redes de extrema derecha transnacionales».
ENLACES:
https://www.abc.es/historia/rutas-escape-secretas-nazis-refugio-dorado-espana-20230829190510-nt.html
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