Conocida como la Latina, perteneció al círculo íntimo de la reina y fue mecenas de instituciones religiosas y asistenciales
Cuando se piensa en las primeras mujeres que fueron a la universidad en España vienen a la cabeza nombres como Concepción Arenal, María Elena Maseras o Amelia Folch. Sin embargo, sin quitarles ningún mérito a estas, la realidad es que hubo otro grupo de pioneras que cuatro siglos antes ya había comenzado a andar la senda de la Academia.
Pues bien, de entre esta nómina de mujeres hay una que destaca por encima del resto. Se trata de Beatriz Galindo, la principal de las llamadas pullae doctae (literalmente, «niñas sabias») que encontró en la corte de Isabel la Católica una plataforma donde ejercitar sus grandes dotes para la cultura y el estudio.
Beatriz Galindo nació en Salamanca en torno a 1465 en una familia de hidalgos venida a menos. Sus padres enseguida la encaminaron hacia el convento para que tomase los hábitos, por su facilidad para el estudio —era habitual en la época que las doncellas doctas acabasen de monjas— y por ahorrarse la dote que hubiera supuesto casarla.
Pero Beatriz no estaba inclinada hacia la vida religiosa, por lo que se centró en su formación humanística. La joven estaba particularmente dotada para el dominio del latín, hasta el punto de que se la empezó a conocer como la Latina. Sus conocimientos impresionaron al claustro de la Universidad de Salamanca y su fama se propagó más allá de la ciudad salmantina hasta llegar nada menos que a oídos de Isabel la Católica.
Y es que la reina Isabel mantuvo siempre una gran preocupación por su propia formación intelectual y la de sus hijas. La monarca castellana, por tanto, contrató a Beatriz Galindo para que le enseñase a ella latín y también como preceptora de las infantas, en particular para instruirlas en el manejo de distintas lenguas.
Más que una preceptora
Aunque Beatriz Galindo llegó a la Corte de los Reyes Católicos para encargarse de la educación de las infantas y de la propia Isabel, la soberana de Castilla enseguida supo ver su potencial y la colocó en el círculo de sus consejeros más cercanos.
Más aún, no es exagerado decir que la reina y la Latina eran verdaderas amigas. Galindo formaba parte de una nueva nobleza que ganó trascendencia al calor del cetro de los Reyes Católicos. Una aristocracia de poder económico limitado pero dispuesta a apoyar a los monarcas en su proyecto de unificar Castilla y Aragón y de modernizar sus instituciones. Beatriz no fue la única que prosperó en la Corte, ya que ella puso en contacto a su hermano Gaspar con la reina. Este se convirtió en secretario de los Reyes Católicos y tuvo el honor de poner por escrito el testamento de Isabel.
Fruto de la amistad entre ambas, Isabel quiso casar a Beatriz con un buen partido y organizó su boda con otro amigo de la Corona, Francisco Ramírez de Madrid, un militar clave en la guerra de la Católica contra su sobrina Juana la Beltraneja y, más adelante, en la reconquista de Granada.
En los años siguientes, Beatriz se destacó por ser una gran mecenas al estilo del proyecto religioso, cultural y social de Isabel. Fue así como apoyó la fundación, en Madrid, de dos conventos y del famoso hospital de la Latina, que acabó dando nombre a todo un barrio de la hoy capital de España. La dedicación de Beatriz a promover esa clase de iniciativas se intensificó a raíz de la muerte de su marido. Cuando se quedó viuda, Galindo abandonó la Corte y se trasladó a Madrid para cuidar de sus dos hijos y asegurar económicamente su futuro.
El sobrenombre de la Latina le sobrevivió a Beatriz en Madrid gracias a las obras de caridad que desarrolló en la villa hasta su muerte en 1535. La hoy capital le dedica el nombre de un barrio y de un distrito. Incluso, un Airbus 340-313x de la flota de Iberia está nombrado en su honor.
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https://theobjective.com/cultura/2024-04-13/beatriz-galindo-latina-isabel-catolica/
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